Se cuarteaba la luna en la acequia sombría
con un tribal conjuro de juncos enlazados.
Llega el tiempo del clamor airado
pero su envejecido destino
apenas si puede musitar
una triste canción
Los dioses zarandean desde sus frías atalayas
oteando los valles enmarcados de ruinas y maleza.
Su muerte está cada vez más cerca,
y sujetando las frías cadenas
que la historia dejó en su mundo
solo pueden llorar.
¿No escucháis amigos silenciosos un rumor diferente
que desde el vacío atemorizante quiere destruirnos?
Pero los signos no desaparecen.
Nosotros lo sabemos y ansiosos
por atrapar su candil centelleante
confundimos el rumbo.
El día de la tempestad se afana en rodearnos,
ceniza de esperanzas donde las huellas perduran.
¿Quién venerará su estela
apenas dibujada en el horizonte,
cuando la noche silencia insistente
el último llanto?
Mana la fuente de fuego en la helada y lejana tierra
y la ventisca oscurece el amanecer de un nuevo día.
02.2011
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