martes, 19 de julio de 2011

No pudo tocar el cielo

         No pudo  tocar el cielo  sin  que  un umbral de oscuros contornos vertiginosamente quisiera atrapar su destino.

           Deslumbrante hoguera que atenaza en una insaciable locura a quien osadamente contempla su seductor abismo y sucumbe al traicionero resplandor.
          Y en su desazonado   insomnio, sombra desbordada, aprendiz del éxtasis, el incansable buscador de utopías alarga su temblorosa mano sobre ese filo que exclaviza su afán y su esperanza.
           Un beso negro, aliento de hiriente amor, posee su libertad en un claustro sin retorno. Y en sus ruinas acomoda su descanso languideciendo lentamente.
                 
           Caballero de vencidas batallas, amante de las altas torres que circundan vigilantes el sueño sin fronteras, envuelto en el último poder de la melancolía, se abandona en el cerco de su febríl ceguera, rasga con inseguro paso el final del trayecto, y solo el lecho del profundo lago ampara su agonía.
         Una  corona  de  helechos y  juncos  circunda  como  en  un homenaje, el divino afán al que quiso entregarse, y rumorean en las noches del otoño el eco de aquel último aliento.

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       Despiadado   recodo   que enajenaste  su  pensamiento;  justiciera  la tempestad destruye la ilusoria esfinge que cruelmente señalaba aquel camino. Y hoy, un pantanoso páramo se extiende en su pradera.


        La  espesa  bruma  y  un ácido aroma de muerte detiene a quien, desorientado, se acerca a sus dominios.


04.2011
                 

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