viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Para que soñar...

¿Para qué soñar 
si ya, el día concluye
y la estación de los hielos
blanquea los prados silenciosos?...

Cuando por el horizonte caminaba
ermitaño aquel afán, casi a hurtadillas,
¿no recuerdas que entre lágrimas y sonrisas
pronuncié tu nombre llamándote, 
y sólo el rumor de la lejanía
devolvió el eco de mi voz como un suspiro?

*****

Cerraré este extraño libro 
donde mi tiempo está escrito
sin que su historia concluya.

Y sin embargo,
todavía hoy,
mi piel tiembla y se extremece
en brazos de un encendido amor,
y en el brillo de su mirada
contemplo de nuevo el amanecer. 

*******

El largo invierno me envuelve
en su llanura como un éxtasis,
en un anclaje de esperanzas
que apenas si me conmueven,
y en su secuestro cierro los ojos.

El tañer de una campana a lo lejos
rompe su blanco  silencio...

1995 -2011


¿Por que me sueñas tus cadenas...

                          ¿Por qué me sueñas tus cadenas
                          de ilusiones y esperanzas,
                          y enmudece tu sonrisa
                          desierta en la madrugada?


                          Los pasos de tu quimera
                          caminan entre las zarzas.
                          Tu piel desierta de besos,
                          ¿de qué mundo se creyó soberana?
                 
                          ¡Cuántas alas se marchitan
                          entre rejas y alambradas !

                          Dejad que mi llanto olvide
                          la suavidad de las lágrimas...
                          Cantaré sobre la nieve
                          la primavera soñada, 
                          caminando en el destino
                          sin umbrales ni antesalas.


                         1994
                              

Y perdida de nuevo...

...Perdida de nuevo entre la niebla,
sin hallar reposo ni consuelo,
oculto mi corazón de las palabras,
reclino mi cabeza en la soledad
con su tibio susurro en mi frente,
y desde su amiga mano 
recorro otros caminos antiguos,
de una juventud extrañada de sí misma...

Me acompaña un leve viento del sur
que roza mi piel
tímidamente,
y cae la tarde como dormida
en el regazo de las montañas .
Murmura el vaivén de las ramas
su misterioso lenguaje...

¿Quién , desde el oscuro cielo de la noche
una vez más,
escribe en las blancas páginas
del libro de mis horas? .

********

¿Por qué me sueñas sombra del ayer?
Mis labios tan solo rozan 
melodias de silencios,
y el color de mi rostro
se ha desvanecido
en el espejo de aquellos días.

Quizás vuelva la emoción a mis orillas
cuando la blanca bandera del navío
que retorna al horizonte
ondee en alta mar.

1989 -2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

(epílogo de una desesperación) parte 1º



          Se extraviaba de sí  mismo y lentamente cruzó las calles de su entorno, como si avanzase en un desierto de ardiente arena bajo la enemiga vigilancia del sol en su cenit.
         La mirada de los transeuntes se ondulaba como un espejismo,  y sentía en sus oídos el retumbar de un rasgado huracán cuando rugia a su paso el persistente ruido de la ciudad en su rutina.

        Era un día como otro cualquiera, pero algo había estallado en los oscuros espacios de sus entrañas... como si una bala perdida hubiera entrado en su frente destrozando la acostumbrada percepción de sus momentos.
         El  amanecer intentaba  filtrarse en la niebla con un  húmedo ropaje que agrisaba la luz y sus  transparentes lanzas entre los fresnos del parque, como si empeñase un imposible rescate en el pegajoso telar que la desesperación iba tejiendo alrededor de su huída hacia ninguna parte.

        En  vano intentaba escudriñar su reflexivo pensamiento, tan solo un absurdo veneno desorganizaba sus recuerdos, tallados en débiles fragmentos, que al igual que el arcilla en el agua iban desaciéndose lentamente.
        Un  liviano  filtro  de  cordura  pasó  raudo  por  su  mente solicitando una palabra, un coherente lamento en aquella fiebre helada donde descendía peldaños de su propia vida. Nada más un gesto que pudiera detener al asombrado paseante que no evitara detenerse, y así poder acomodarse en su ayuda.
          Fugaz,  aquel  gesto  se abortaba en su intención; y escondido en un solitario paraje, acurrucó su cuerpo entre los árboles,  cerrando los ojos vencido por el cansancio.

          La  lluvia  hizo  que  se  despertase,  atónito de su estado y de aquella situación en la que se encontraba, empapado su pelo, sus ropas... la hoja de papel que había estrujado en sus mano y ahora estaba caída en el suelo. La alisó con sumo cuidado, los trazos emborronados apenas si se podían distinguir, solo la última palabra, pero la convulsión de su llanto le impidió poder visionarla, y el persistente aguacero acabó por deshacerla.
         Y  allá  dejó  esa  carta , tirada  en  el suelo, en un irreversible olvido, porque horas antes no tuvo valor para leerla.  Le había maniatado el tiránico temor de su contenido, y una presumible sentencia había explotado denigrando su endeble voluntad.

        Martilleaba   la   culpa   en  su   pecho,   en   sus   sienes ;  sus brazos y sus piernas temblaban cuando intentó levantarse  y caminar hacia otro lugar. El chapoteo de los charcos coreaba su inestable paso.  El aguijón de la duda se clavó en su garganta con hastiado amargor.
         La  decisión  ya  estaba  tomada  antes  de  que  aquella misiva  llegase  a  sus  manos , demoniaca decisión que inutilizaba todas las posibilidades allá escritas.  Quizás un adiós, tal vez una súplica;  un hilo de promesas...

         Embozó   su   sordidez  en   sí   mismo  para  no  dejar  que  un liberador rastreo de aquel contenido pudiera romper la falsa columna de su orgullo. Y con altivez más errática todavía, se aferró a la alambrada de una embriagadora sensación de venganza.
       El  torpe  engaño  se deshacía  como  humo  entre sus  dedos.  Pero  es  vana  tarea sortear las esquinas de la consciencia y subyugar su dormida amenaza. Imágenes de trágico destino endeudaban su desafío, y se doblegaba ante ellas como un anciano agonizante.

        Anduvo   nuevamente  bajo  las  veladas  luces de la ciudad, la oscuridad entre densas nubes iba adueñándose del ocaso  y apenas percibía el suelo que pisaba , resbaladizo , entre sonidos aderezados de agua y viento.

        Cuanto  más  ahondaba  en  su  ser,  mayor  se  hacía su herida y la sagre a borbotones perforaba su alma abriendo simas insondables. 

*******

                 La muerte,  súbitamente envuelta en un chirriante
                      ruido,   apagó  aquella  corrosiva   inquietud.

                 ... No  pudo  ver  la  mirada  de  quien había escrito
               esa  carta que  no quiso leer, y que ahora contemplaba
                          su  inerte  cuerpo  con  triste incredulidad.
                         
                                                 
08.2011
             

(epílogo de una desesperacion - parte 2ª ) Epitafio

         Cuando todo hubo acabado  y regresaba la acostumbrada rutina,  ella continuaba en aquel lugar, de pie, como una estatua , como si ese suceso ocurrido pusiera muros en su cuerpo. Una amiga la rescató casi a la fuerza.

             Seguía  lloviendo insistentemente mientras pasaban  las  horas,  ajenas a  las tragedias que alrededor acontecían.  Testigo fugaz que contempla la petrificación de las dolientes imágenes , que se perpetúan acunándose con un olvido inseparable del eco que le persigue, y los pertinaces flases que se enredan en el pensamiento y embalsaman su cautiverio.

             No  brotaba  ninguna  lágrima  en  sus  ojos  que  todavía   miraban con espánto a un punto invisible. Ni gritos ni lamentos llegaban a sus labios, entreabiertos, fríos y secos, como si evitarán rubricar aquélla dramática visión.

           Al igual que un autómata recorrió los lugares donde creía que él había transitado en aquellos momentos cruciales. Algo le atrajo hacia allá sin saber que misterio guiaba sus sonámbulos pasos.  Y...  sospresivamente, encontró aquel papel arrugado en el suelo, en una hendidura de las raíces del árbol , mudo testigo de su enlace .   Un doloroso latigazo recorrió todo su ser desvelándole lo que , quizás,  ya presentía.

             Reconoció su color malva   - no , no puede ser, es solo una coincidencia - pensaba  mientras su mano temblaba al sostenerlo.   En el borroso sombreado que el agua había trazado se distinguía algún breve renglón; sí,  la fecha, siete de Mayo,  ilegible, fragmentada , pero reconocible a su recuerdo, su mano la había trazado con doliente temblor.  Y abrazando el deteriorado objeto en su pecho pudo llorar, como si el dique que retenía su amargura se hubiera ya resquebrajado.

            Aquella  carta  era  una  despedida,  llena  de  ternura y de profundo sentir. Una exposición de reales reproches. Una ligera puerta abierta apenas definida. Un encubierto deseo de reconciliación.   En vano luchaba contra la culpa que quería adueñarse de las razones que su voluntad sopesaba al escribirlas, no para justificarse, sino para afirmarse en una decisión largamente meditada, que le había sido necesaria, tristemente necesaria e imperiosa.  
  
            Pero como envenenada flecha, el  balanceo de la duda y su fanático sigilo trataban de minar  la claridad de su pensamiento,  de  la  certidumbre de su decisión , enmarañando confusamente el caudal de sus emociones.

           Los  bucles  de  un  desgarro  insolente  le  apresaban  en  celdas    sin barrotes  pero tan herméticas como una tumba prematuramente cerrada, tenaz sensacion gravitando penosamente sobre su vida.
  
           El  parque  cincelaba sombras extrañas  a su alrededor como penitentes espíritus surgidos de antiguas leyendas.  Zarandeada por la confusión sólo pudo arrodillarse ante aquel cruel destino, que parecía danzar  ante sus ojos como  vengativo personaje de bodebil.

       Transcurrieron  largos momentos donde su  ser atravesó insondables simas, empujado por una desconocida tempestad que nunca había experimentado.  Aguijones de hielo le envolvían y su frío abrasaba pedazos de su alma, donde el amor, palpitante todavia, ensayaba una imposible despedida.

          De repente,  como impulsada  por  una  demanda  antigua,  se  levantó caminando hacia el refugio de la infancia que le llamaba con delicada insistencia.  Y una vez más, atravesó la oxidada verja,  la pesada puerta , el largo pasillo de aquel asilo,  buscando consuelo en esos brazos que todavía conservaban su aroma materno.

        Y lloró en el regazo de aquella mujer prematuramente anciana, de ausente rostro y vidriosos ojos perdidos en un desconocido lugar, denso y sinuoso, donde el olvido parece dibujar sombras chinescas que se desvanecen al querer atraparlas.

          Aquella mujer que aún conservaba la ternura en su facciones, acarició los rizados cabellos de la joven  en una ausente entrega.   Y de pronto, sus labios pronunciaron un nombre esbozando incoscientemente una sonrisa.  -  Esta mañana ha venido ese amigo tuyo a verme - casi se tocaba la sonmolencia de una larga pausa entre el rumor de la sala. Temblorosa la voz, sin guía, recorría extraños restos de la desnutrida memoria - Sí... ese amigo, ¿Miguel?  -  nuevamente un silencio -  Sí, sí , Miguel... - concluía en el automatismo de su rostro,  de un blanquecino tono como muñeca de porcelana.

           A  veces,  los  cielos  lanzan  rayos  infernales  que destrozan sublimes momentos.  La muchacha negó con su cabeza repetidamente aún sabiendo que no iba a ser comprendida, y volvió a refugiarse nuevamente en ese regazo con el llanto quebrado.

           Su madre,  su  amada  y  necesitada madre  se  perdía  entre contornos de luz negra...  Y un altanero abismo las unía y desunía continuamente.

            Al despedirse besando aquella frente cálida y distante, la mujer empezó a canturrear una melodía,  esa canción  que tantas veces Miguel le susurraba al oído en los días donde la felicidad parecía firmemente anclada.  Esa canción que sonaba en el lugar donde se conocieron, tiempo atrás,  y ahora solo podía trazar en su ritmo un fúnebre epitafio.


10.2011            

viernes, 9 de diciembre de 2011

Yo me quedaré en tu muerte...




  Yo me quedaré en tu muerte,
para que tú,
mi eterno amigo,
puedas caminar por las estepas de tu ensueño.

Yo aguardaré en silencio
que el vaivén de mi sombra
extienda su rumor en el aire,
para que tú,
inquieto compañero,
despliegues tus alas de ilusiones
con mi amor en tu regazo.

Y cuando el viento del otoño
recoja mi pensamiento 
en la luz atardecida,
y recuerdes mi rostro apresado en la niebla...

No pronuncies mi nombre
porque el arroyo de mis días
se habrá desvanecido para siempre
tras de tus pasos.

Allá donde la lluvia vaya borrando tus huellas,
y un nuevo sol deslumbre tus ojos.


1986



La soledad trazó...



La soledad trazó un insalvable vado donde pudo sobrevivir,
pero el canto de los ruiseñores se alejó del sendero, 
y tan solo el loco transeunte
que viaja en busca de su incierta sombra
se acerca a su lado pidiendo una socorrida moneda...

El amor, oculto,
adiestraba en su semblante el esbozo de una sonrisa
como un bello sueño tejido para olvidar.
apenas conmovido en su precaria penumbra.

Hoy,
cuando se desvanece el extraño afán que apenas le alentaba,
el silencio acaricia su mano,
solo el silencio,
amigo fiel de ceniciento rostro.

2000