domingo, 11 de diciembre de 2011

(epílogo de una desesperación) parte 1º



          Se extraviaba de sí  mismo y lentamente cruzó las calles de su entorno, como si avanzase en un desierto de ardiente arena bajo la enemiga vigilancia del sol en su cenit.
         La mirada de los transeuntes se ondulaba como un espejismo,  y sentía en sus oídos el retumbar de un rasgado huracán cuando rugia a su paso el persistente ruido de la ciudad en su rutina.

        Era un día como otro cualquiera, pero algo había estallado en los oscuros espacios de sus entrañas... como si una bala perdida hubiera entrado en su frente destrozando la acostumbrada percepción de sus momentos.
         El  amanecer intentaba  filtrarse en la niebla con un  húmedo ropaje que agrisaba la luz y sus  transparentes lanzas entre los fresnos del parque, como si empeñase un imposible rescate en el pegajoso telar que la desesperación iba tejiendo alrededor de su huída hacia ninguna parte.

        En  vano intentaba escudriñar su reflexivo pensamiento, tan solo un absurdo veneno desorganizaba sus recuerdos, tallados en débiles fragmentos, que al igual que el arcilla en el agua iban desaciéndose lentamente.
        Un  liviano  filtro  de  cordura  pasó  raudo  por  su  mente solicitando una palabra, un coherente lamento en aquella fiebre helada donde descendía peldaños de su propia vida. Nada más un gesto que pudiera detener al asombrado paseante que no evitara detenerse, y así poder acomodarse en su ayuda.
          Fugaz,  aquel  gesto  se abortaba en su intención; y escondido en un solitario paraje, acurrucó su cuerpo entre los árboles,  cerrando los ojos vencido por el cansancio.

          La  lluvia  hizo  que  se  despertase,  atónito de su estado y de aquella situación en la que se encontraba, empapado su pelo, sus ropas... la hoja de papel que había estrujado en sus mano y ahora estaba caída en el suelo. La alisó con sumo cuidado, los trazos emborronados apenas si se podían distinguir, solo la última palabra, pero la convulsión de su llanto le impidió poder visionarla, y el persistente aguacero acabó por deshacerla.
         Y  allá  dejó  esa  carta , tirada  en  el suelo, en un irreversible olvido, porque horas antes no tuvo valor para leerla.  Le había maniatado el tiránico temor de su contenido, y una presumible sentencia había explotado denigrando su endeble voluntad.

        Martilleaba   la   culpa   en  su   pecho,   en   sus   sienes ;  sus brazos y sus piernas temblaban cuando intentó levantarse  y caminar hacia otro lugar. El chapoteo de los charcos coreaba su inestable paso.  El aguijón de la duda se clavó en su garganta con hastiado amargor.
         La  decisión  ya  estaba  tomada  antes  de  que  aquella misiva  llegase  a  sus  manos , demoniaca decisión que inutilizaba todas las posibilidades allá escritas.  Quizás un adiós, tal vez una súplica;  un hilo de promesas...

         Embozó   su   sordidez  en   sí   mismo  para  no  dejar  que  un liberador rastreo de aquel contenido pudiera romper la falsa columna de su orgullo. Y con altivez más errática todavía, se aferró a la alambrada de una embriagadora sensación de venganza.
       El  torpe  engaño  se deshacía  como  humo  entre sus  dedos.  Pero  es  vana  tarea sortear las esquinas de la consciencia y subyugar su dormida amenaza. Imágenes de trágico destino endeudaban su desafío, y se doblegaba ante ellas como un anciano agonizante.

        Anduvo   nuevamente  bajo  las  veladas  luces de la ciudad, la oscuridad entre densas nubes iba adueñándose del ocaso  y apenas percibía el suelo que pisaba , resbaladizo , entre sonidos aderezados de agua y viento.

        Cuanto  más  ahondaba  en  su  ser,  mayor  se  hacía su herida y la sagre a borbotones perforaba su alma abriendo simas insondables. 

*******

                 La muerte,  súbitamente envuelta en un chirriante
                      ruido,   apagó  aquella  corrosiva   inquietud.

                 ... No  pudo  ver  la  mirada  de  quien había escrito
               esa  carta que  no quiso leer, y que ahora contemplaba
                          su  inerte  cuerpo  con  triste incredulidad.
                         
                                                 
08.2011
             

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