domingo, 11 de diciembre de 2011

(epílogo de una desesperacion - parte 2ª ) Epitafio

         Cuando todo hubo acabado  y regresaba la acostumbrada rutina,  ella continuaba en aquel lugar, de pie, como una estatua , como si ese suceso ocurrido pusiera muros en su cuerpo. Una amiga la rescató casi a la fuerza.

             Seguía  lloviendo insistentemente mientras pasaban  las  horas,  ajenas a  las tragedias que alrededor acontecían.  Testigo fugaz que contempla la petrificación de las dolientes imágenes , que se perpetúan acunándose con un olvido inseparable del eco que le persigue, y los pertinaces flases que se enredan en el pensamiento y embalsaman su cautiverio.

             No  brotaba  ninguna  lágrima  en  sus  ojos  que  todavía   miraban con espánto a un punto invisible. Ni gritos ni lamentos llegaban a sus labios, entreabiertos, fríos y secos, como si evitarán rubricar aquélla dramática visión.

           Al igual que un autómata recorrió los lugares donde creía que él había transitado en aquellos momentos cruciales. Algo le atrajo hacia allá sin saber que misterio guiaba sus sonámbulos pasos.  Y...  sospresivamente, encontró aquel papel arrugado en el suelo, en una hendidura de las raíces del árbol , mudo testigo de su enlace .   Un doloroso latigazo recorrió todo su ser desvelándole lo que , quizás,  ya presentía.

             Reconoció su color malva   - no , no puede ser, es solo una coincidencia - pensaba  mientras su mano temblaba al sostenerlo.   En el borroso sombreado que el agua había trazado se distinguía algún breve renglón; sí,  la fecha, siete de Mayo,  ilegible, fragmentada , pero reconocible a su recuerdo, su mano la había trazado con doliente temblor.  Y abrazando el deteriorado objeto en su pecho pudo llorar, como si el dique que retenía su amargura se hubiera ya resquebrajado.

            Aquella  carta  era  una  despedida,  llena  de  ternura y de profundo sentir. Una exposición de reales reproches. Una ligera puerta abierta apenas definida. Un encubierto deseo de reconciliación.   En vano luchaba contra la culpa que quería adueñarse de las razones que su voluntad sopesaba al escribirlas, no para justificarse, sino para afirmarse en una decisión largamente meditada, que le había sido necesaria, tristemente necesaria e imperiosa.  
  
            Pero como envenenada flecha, el  balanceo de la duda y su fanático sigilo trataban de minar  la claridad de su pensamiento,  de  la  certidumbre de su decisión , enmarañando confusamente el caudal de sus emociones.

           Los  bucles  de  un  desgarro  insolente  le  apresaban  en  celdas    sin barrotes  pero tan herméticas como una tumba prematuramente cerrada, tenaz sensacion gravitando penosamente sobre su vida.
  
           El  parque  cincelaba sombras extrañas  a su alrededor como penitentes espíritus surgidos de antiguas leyendas.  Zarandeada por la confusión sólo pudo arrodillarse ante aquel cruel destino, que parecía danzar  ante sus ojos como  vengativo personaje de bodebil.

       Transcurrieron  largos momentos donde su  ser atravesó insondables simas, empujado por una desconocida tempestad que nunca había experimentado.  Aguijones de hielo le envolvían y su frío abrasaba pedazos de su alma, donde el amor, palpitante todavia, ensayaba una imposible despedida.

          De repente,  como impulsada  por  una  demanda  antigua,  se  levantó caminando hacia el refugio de la infancia que le llamaba con delicada insistencia.  Y una vez más, atravesó la oxidada verja,  la pesada puerta , el largo pasillo de aquel asilo,  buscando consuelo en esos brazos que todavía conservaban su aroma materno.

        Y lloró en el regazo de aquella mujer prematuramente anciana, de ausente rostro y vidriosos ojos perdidos en un desconocido lugar, denso y sinuoso, donde el olvido parece dibujar sombras chinescas que se desvanecen al querer atraparlas.

          Aquella mujer que aún conservaba la ternura en su facciones, acarició los rizados cabellos de la joven  en una ausente entrega.   Y de pronto, sus labios pronunciaron un nombre esbozando incoscientemente una sonrisa.  -  Esta mañana ha venido ese amigo tuyo a verme - casi se tocaba la sonmolencia de una larga pausa entre el rumor de la sala. Temblorosa la voz, sin guía, recorría extraños restos de la desnutrida memoria - Sí... ese amigo, ¿Miguel?  -  nuevamente un silencio -  Sí, sí , Miguel... - concluía en el automatismo de su rostro,  de un blanquecino tono como muñeca de porcelana.

           A  veces,  los  cielos  lanzan  rayos  infernales  que destrozan sublimes momentos.  La muchacha negó con su cabeza repetidamente aún sabiendo que no iba a ser comprendida, y volvió a refugiarse nuevamente en ese regazo con el llanto quebrado.

           Su madre,  su  amada  y  necesitada madre  se  perdía  entre contornos de luz negra...  Y un altanero abismo las unía y desunía continuamente.

            Al despedirse besando aquella frente cálida y distante, la mujer empezó a canturrear una melodía,  esa canción  que tantas veces Miguel le susurraba al oído en los días donde la felicidad parecía firmemente anclada.  Esa canción que sonaba en el lugar donde se conocieron, tiempo atrás,  y ahora solo podía trazar en su ritmo un fúnebre epitafio.


10.2011            

No hay comentarios:

Publicar un comentario