martes, 16 de agosto de 2011

No cojáis mis manos...

         No  cojáis  mis  manos  aunque  yo  las  tienda hacia vosotros; no supe deshacer el gesto de amor acostumbrado y hoy me hiere como incandescente acero y no deja que la quietud del ocaso me lleve lentamente al final del este azaroso crucero.

        No  quiero  que  contempleís  las  lágrimas  de mi  despedida.  Deseo tan solo que el agua de una templada lluvia empape mi piel mientras camino ensayando un profundo silencio, envuelta en los tibios brazos de la noche.

       Y  tú,  mi sonriente amigo,  mi más amado compañero...  deja  que  un paciente olvido te secuestre  y disuelva el ansia que puse en tu sendero, porque tu querencia rompe hoy mis alas hacia el poniente y amarra entre espinas mi descanso.
       Te  entregué  cada  latido  de  mi  corazón  aunque  tu  no  lo supieras... pero hoy me pertenecen los últimos pasos de esta larga travesía, y el anclaje  de un reverenciado destino.

         Cuando   al   trasluz  de   la  atardecida  otoñal  veas  mi  mano diciéndote adiós a lo lejos, en la avenida que bordean los castaños donde el acompasado rumor de sus ramas entona su acostumbrada melodía; mientras sientes la caricia que el viento deja en tu piel  evocando  nuestros amantes encuentros... si por un momento recuerdas la complicidad de nuestros ojos al mirarnos, 


entenderás la lejanía que hoy anhela mi alma, 
porque ya siento la llamada insistente
del otro lado de las cumbres.

1999
              

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