jueves, 18 de agosto de 2011

EL CORREDOR DE LOS ESPEJOS

                  

Inspirado en lo que un niño de siete años
me dijo en una historia inventada por él en uno de sus juegos:
Era sobre un hombre, perdido primero en la selva, 
después extraviado en una cueva buscando la salida.
Al final dijo el niño:
"Se ha roto el espejo en mil pedazos 
y ya nunca podrá encontrar la realidad" .



        ...Abría una puerta y detrás de la penumbra un espejo reflejaba otra estancia. Otros seres, siluetas desacostumbradas, noches de ceniciento temblor; la fiebre desbordaba sus pensamientos en un incesante chapoteo sobre un estéril páramo envuelto en grísacea bruma.

          Hubiera  querido ser dueño de su destino, pero se encadenó a engañosas utopías y no pudo romper las cadenas. Se ensalzaba su sueño en un afilado halo de embriaguez , y cabizbajo, maldecía las piedras del agreste camino embozado en la rigidez que intentaba seducirle.

           Tras  de  otra  puerta  del  corredor de  su  delirio,  contempló  en  otro  empañado  y  viejo  espejo, su propia silueta protegiendo con avaricia un poderoso cetro en su regazo, sobre los hombros, el regio manto decorado de ambiciones, raído y deslucido... Alargó su mano para tocar esa silueta ambivalente y quemaba su piel con el ácido amargor de la derrota.

           Y  así  en  la  delirante  búsqueda de su alma avanzó por ese lugar insaciable mientras la inquietud se desbordaba como sudor helado sobre su rostro. Brillaba una tenue luz macilenta entre las ranuras de cada una de aquellas puertas donde una inscripción apenas se hacía visible para sus enrojecidos ojos.

            En  cada  una de las estancias,  un espejo insolente reflejaba los diferentes aspectos de su existencia, lienzos algunas veces festivos , pero siempre mensajeros de una sinuosa farsa en un errático mundo.

            El  ya  sabía  qué  significaban  estos estados,  pero  altivo  y desdeñoso trataba de negar ese escenario; negaba con obsesivo ahinco la censura de su mente; enajenaba la mensajera evidencia ... con una triste y deforme mueca en la sonrisa.

            Allá  confluía   cada   mentira  de  sí  mismo  mostrando  con  altanero  orgullo y demoníaco placer a su alrededor, despreciando la alarma de su más íntima esencia.  No puede vestirse el verdugo de generoso perdón, ni el despiadado de amable generosidad . Nadie puede fingir amor sin que el puñal del odio se extienda en la dureza de su mano . Olvidó que los ojos delataban siempre la evasiva ausencia de su mirada. Una degradante autocompasión impulsaba reyertas de agónica fuerza.

           Tras   de  una  nueva  puerta,   contempló   su   más  amarga  verdad... ¡Pobre desgraciado!, se había entregado con sumisa  pleitesía a la ruina de su  máscara, y ahora, desnutrida la tez, no puede recobrar ni siquera el bálsamo de una lágrima.  Espeso, el llanto quebrado resbala en sus mejillas como hirientes garras que lacerantes perturban la necesidad del descanso.

          Queda  un  recuerdo  perdido  en  el  cauce  de su  memoria llamándole con dulce voz en un último y vano intento de redimirle, pero desprecia una vez más  con furia aquella templanza.

           La  muerte   solo  es amable  compañera  de  la  vida  cuando  el  amor  renace  en  su desnudez a pesar de la decadencia, y cobija en su cálido refugio al que se entrega sin que la desconfiada reserva le confunda. Pero él, envanecido en su prepotente orgullo levanta alambradas a su alrededor desafiante en su coraza de vanidades... aunque el dolor le atenace y desgarre sus entrañas.

          Al   final,   desesperado,   se   lanza  furioso  rompiendo  el  último espejo, el único que devolvía fielmente su verdadera imágen, quedando prisionero en cada uno de sus afilados fragmentos, y un grito imposible se apagó para siempre en  su garganta. 
  

02.2011

             

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