martes, 2 de octubre de 2012

A CONTRA LUZ



Déjame tristeza que hoy me acurruque
en el musgo de la piedra,
con el rocío de la madrugada
bajo la bóveda de su luz.

Mi nombre está grabado en la roca
donde mi sangre ayer se derramó,
salina como inagotable llanto
y endulzada por la miel de su esencia.

Deja que me marchite en aquel adiós
que se apresuraba en el silencio,
con las manos alzadas al abrazo
de la sumisa despedida.

Tibiamente secuestro mi propia visión
en una ceguera de flases
que a mi alrededor levitan
como luciérnagas en la noche.

Madre muerte... coge mi mano,
mírame con tu color de nieve,
tú que al nacer me acompañaste
hacia el arduo temblor de la vida.

Tú que fuiste la cuna meciéndose
en tu velada templanza,
nodriza que ahuyentaba
con su canto el agitado sueño.

Las dos hicimos un pacto
rubricado al filo de un pergamino;
y caminamos juntas aún sin vernos
por la calzada de los días.

Sinuosa un tiempo fuiste por delante,
paciente en otro me seguías;
me ausentaba de tu aliento
creyendo que sólo era la brisa...

Cuando febril te reclamaba,
te dispersabas en el viento
si me apresuraba a refugiarme
en el sudario de tu manto.

Te incinas a mi lado majestuosa
ofreciéndome la copa de un nuevo tiempo
llena de nuevo hasta su borde
con el agua cristalina del manantial.

Me incitas a humedecer mis labios
y luego de mis manos la apartas...
Mi alma siente que debe apurarla
lentamente
nada más que una gota cada día.


10.2012

Virginia F.A.


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